domingo, 17 de enero de 2010

JESUS PRESENTADO EN EL TEMPLO


José y María eran judíos, y seguian las costumbres de su nación. Cuando Jesús tenía seis semanas de edad, lo presentaron ante el Señor en el templo de Jerusalén.
Esto lo hacían de acuerdo con la ley que Dios había dado a Israel, y Jesús debía ser obediente en todas las cosas. Así, el propio Hijo de Dios, el Principe del cielo, con su ejemplo enseña lo que debemos obedecer.
Sólo el primogénito de cada familia debía ser presentado en el templo. Esta ceremonia había de rememorar un sucedo que había ocurrido mucho tiempo antes.
Cuando los hijos de Israel eran esclavos en Egipto, el Señor les envió a Moisés para que los libertara. Le pidió a Moisés que fuera al faraón, rey de Egipto, y dijera:
"Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir: he aqui yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito" (Exodo 4:22-23)
Moisés llevó este mensaje al rey, pero la respuesta de faraón fué: "¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel" (Exodo 5:2)
Entonces el Señor envió terribles plagas sobre los egipcios. La última de estas plagas consistía en la muerte del primogénito de cada familia desde la del rey hasta la del más humilde habitante del país.
El Señor le dijo a Moisés que cada familia de israelitas debía matar un cordero, y poner un poco de la sangre sobre los marcos de las puertas de sus moradas.
Esta era una señal para que el ángel de la muerte pasara por alto las casas de los israelitas, destruyendo solamente a los orgullosos y crueles egipcios.
Esta sangre de la "pascua" (pasada) representaba para los judíos la sangre de Cristo. Porque a su debido tiempo, Dios debía mandar a su querido Hijo para ser sacrificado como el Cordero que había sido inmolado, a fin de que todos los que creyeran en él pudieran ser salvos de la muerte eterna. Cristo se denomina nuestra pascua (1 Corintios 5:7). Por su sangre, por medio de la fe, somos redimidos (Efesios 1:7).
Así, mientras cada familia de Israél traía a su primogénito al templo, debía recordar cómo los hijos habían sido salvados de la plaga, y cómo todos podían ser salvados del pecado y la muerte eterna. El hijo presentado en el templo era tomado en los brazos del sacerdote, y elevado delante del altar.
En esta forma era solemnemente dedicado a Dios. Después de entregarselo de vuelta a la madre, su nombre era inscrito en el rollo, o libro, que contenía los nombres de los primogénitos de Israel. Así todos los que son salvos por la sangre de Cristo tendrán sus nombres inscritos en el libro de la vida.
José y María trajeron a Jesús al sacerdote como lo exigía la ley. Todos los días padres y madres venían con sus hijos, y en José y María, el sacerdote no vió nada distinto de muchos otros, eran sencillamente gente de trabajo.
En el niño Jesús él vió tan solo a un infante indefenso, poco se imaginaba el sacerdote que tenía en sus brazos al Salvador del mundo, al Sumo Sacerdote del templo celestial, pero debía haberlo sabido, pues si hubiera sido obediente a la Palabra de Dios, el Señor le habría revelado estas cosas.
En ese mismo tiempo había en el templo dos de los verdaderos siervos de Dios, Simeón y Ana. Ambos habían envejecido en el servicio que realizaban para el Señor, y él les reveló a ellos cosas que no podían ser manifestadas a los orgullsos y egoístas sacerdotes.
A Simeón le había sido hecha la promesa de que no moriría hasta que hubiera visto al Salvador. Tan pronto como vió a Jesús en el templo, supo que era el prometido.
Sobre el rostro de Cristo había una suave luz celestial; y Simeón, tomando al niño en sus brazos, alabó a Dios y dijo:
"Ahora despide, Señor, a tu siervo, conforme a tu Palabra, en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; luz para ser revelada a los gentiles y la gloria de tu pueblo Israel" (Lucas 2:29-32)
Ana, una profetisa, "presentándose en aquella misma hora, daba gracias al Señor, y hablaba de aquel niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalen" (Lucas 2:38).
Así es como Dios elige a personas humildes para ser sus testigos. A menudo aquellos a quienes el mundo llama grandes son pasados por alto. Muchos son como los sacerdotes y gobernantes judíos.
Muchos están ávidos de servirse y honrarse a sí mismos, pero piensan poco en servir y honrar a Dios. Por lo tanto Dios no puede elegirlos para hablar a otros de su amor y misericordia.
María, la madre de Jesús, pensaba en la abarcante profecía expresada por Simeón. Al mirar al niño que tenía en sus brazos, y recordar lo que los pastores de Belén habían dicho, se llenaba de gozo agradecido y de luminosa esperanza.
Las palabras de Simeón le trajeron a la mente la profecía de Isaías. Ella sabía que se habían hablado las siguientes maravillosas palabras acerca de Jesús:
"El pueblo que andaba en tinieblas vió gran luz: los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos"
"Porque un niño nos es nacido, Hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y llamarasé su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz" (Isaías 9:2,6)

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MENSAJE PROFETICO

"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo esta cerca" (Apocalipsis 1:3)