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¿Qué harías si Dios te diera la responsabilidad de expiar tus propios pecados? Qué ofrecerías en pago para satisfacer Sus justas demandas?, ¿la escritura de tu casa?, ¿tu cuenta de ahorro?, ¿tus trofeos y logros?, ¿tu reputación inmaculada? Por muy sinceras que sean estas ofrendas, nunca serían adecuadas para subsanar tus pecados.
Cada año, al comparecer la nación de Israel frente al tabernáculo en el Día de la Expiación y observar al sumo sacerdote llevar la sangre de la ofrenda por el pecado al Lugar Santísimo, el pueblo volvía a recordar que la expiación era idea de Dios. Era Su provisión de perdón para hombres pecadores. El tomó la iniciativa de establecer un sacrificio de expiación que proveía un sustituto de sangre para la nación culpable.
Tal como Dios proveyó el medio de cubrir los pecados de Israel, así también ha enviado a Su propio Hijo como la expiación de una vez para siempre por tus pecados (1 Juan 2:2). Mientras te regocijas en esa verdad maravillosa, haz una lista de tres amigos que necesitan experimentar el perdón que Cristo da. Ora hoy por cada uno de los tres... y prepárate para darles una palabra de testimonio cuando Dios abra la puerta.
¡Prohibidos los sacrificios privados!
Las restricciones contra los sacrificios privados fuera del tabernáculo (17:3-4) eran para evitar que el pueblo imitara a sus vecinos paganos, quienes a menudo derramaban la sangre de sus sacrificios en tierra como alimento para sus dioses. Sólo sacerdotes propiamente ordenados y en el lugar apropiado (el tabernáculo) podían ofrecer los sacrificios de Israel.
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